La crisis internacional y la lección de la Argentina

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Political and social notes

Introducción

La actual crisis mundial, y las políticas que se están perfilando para enfrentarla, ponen nuevamente en el centro del debate un conjunto de cuestiones económicas y políticas, tras un largo período en el que parecieron prevalecer consensos duraderos.

La globalización productiva y financiera se profundizó en los años ’90, y se vio acompañada por un ciclo de crecimiento mundial prolongado, aunque jalonado por sucesivos episodios críticos, originados tanto en los países centrales como en los periféricos. Este proceso parece haber llegado a una inflexión, a partir de la crisis originada en las hipotecas sub-prime; se ha producido así una ola recesiva, que impacta principalmente en las economías centrales. Concluye así un ciclo alimentado por el crecimiento de burbujas especulativas, reflejadas en valores irreales de capitalizaciones bursátiles y activos físicos y financieros en general.

Las masivas intervenciones de los Estados, concretadas principalmente a fin de apuntalar un sistema financiero en peligro, han devuelto actualidad al debate acerca de la dimensión y alcance del accionar estatal en la economía. La prensa conservadora ha lanzado renovadas advertencias acerca de un crecimiento desmesurado del Estado, que estaría así invadiendo indebidamente la esfera privada. El Estado que viene a salvar a las finanzas queda situado en el papel del reo, inculpado por la crisis. Pero lo cierto es que el papel distorsivo que han jugado las finanzas en este proceso debe ser objeto de reevaluación.

Desde la Argentina, queremos aquí dar cuenta de nuestra experiencia, para brindar una perspectiva. Las trayectorias de los países son típicamente individuales y no trasladables, especialmente entre centro y periferia; pero la experiencia comparada siempre es provechosa.

Argentina: reformas y resultados

Tras la década perdida del 80 y una crisis hiperinflacionaria, la Argentina encaró en la década del ’90 un proceso de amplia reestructuración económica y social. El imperio neoliberal fue pleno: privatización de la virtual totalidad de las empresas del Estado; abolición de diversas regulaciones y reglamentaciones; privatización del sistema previsional; liberalización del comercio exterior y de los flujos financieros externos; instrumentación de un régimen de Convertibilidad (currency board), que vinculaba por ley la relación entre moneda local y dólar.

La convicción con que estas reformas fueron encaradas es destacable; y también lo fue la respuesta de los “mercados”, a juzgar por el flujo de capitales externos, volcados a la compra de activos estatales y al financiamiento público. Las privatizaciones fueron en buena medida extranjerizaciones.

La Convertibilidad limitaba fuertemente las políticas estatales; allí residía presumiblemente su mérito. En este contexto, la única apuesta posible era al optimismo empresario, que diera lugar a un flujo de inversiones externas (o que redujera el drenaje de capitales locales), creando por si mismo un ciclo virtuoso. Para esto, la política económica implementada no fue sino una gran “señal”, para que el mercado hiciera el trabajo que se esperaba de él.

Un contexto de esta naturaleza es sin duda apto para atraer capitales, pero para comprar activos existentes (vía privatizaciones) y para aplicar al circuito financiero. En particular, para financiar el déficit estatal, incrementado por la reforma previsional y por las medidas tributarias tomadas para mitigar la apreciación cambiaria; pero no para atraer capitales productivos. Seguramente, para el ideario neoliberal esto no es relevante, porque los capitales en esta perspectiva son capitales sin aditamentos. Pero para quienes – recogiendo las enseñanzas de Keynes – entienden que la distinción entre inversión real e inversión financiera tiene sentido, es fácil comprender porqué el influjo de capitales financieros no se tradujo en el ciclo virtuoso esperado.

En los hechos, la economía se expandió, como mera recuperación luego de una depresión, entre 1991 y 1994, y luego entre 1996 y 1998; todo ello, con un nivel alto de desempleo (más del 15%) y de pobreza (más de 30% de la población por debajo de la línea respectiva). En contrapartida, las finanzas logran apropiarse de más de un quinto del crecimiento del PIB.

La deuda pública crece un 115%, pese a su reestructuración (operada por el Plan Brady en 1992), a la liquidación de empresas públicas y a la disciplina que supuestamente impondría la regla de la Convertibilidad.

En 1998, el entonces Presidente argentino es agasajado a la manera de un estadista, en la reunión anual del FMI y Banco Mundial en Washington. En 1999 un nuevo gobierno – de signo político contrario – continúa en la misma línea, introduciendo recortes de salarios públicos y jubilaciones. Pero esto no hace sino reducir la producción real y comprometer la solvencia fiscal. Crecientes dificultades para la renovación de vencimientos de capital, pese a paquetes financieros con participación incluso de gobiernos y organismos multilaterales, van enrareciendo el clima económico, y motivan una creciente salida de recursos, que en 2001 pone en riesgo al sistema bancario. Se decreta el congelamiento de depósitos, crece la conmoción social, cae el Presidente; su sucesor solo alcanza a declarar el default, para luego renunciar. La Argentina sale de la Convertibilidad con congelamiento de depósitos bancarios, un Estado en bancarrota, una recesión del 11% y próxima al abismo de la anomia social.

La trayectoria posterior – que aquí no tratamos – se edifica sobre bases totalmente diferentes: elevado tipo de cambio y activismo estatal asentado sobre una creciente presión tributaria, con superávit en la cuenta corriente externa y en las cuentas fiscales. Un complejo y aún inconcluso proceso de reestructuración de la deuda pública – cuya segunda etapa ha culminado en estos días – coloca las obligaciones fiscales en un perfil razonable. La reactivación operada es destacable, aunque recién a partir de 2006 puede hablarse realmente de un crecimiento neto, con relación al pico anterior de 1998.

Reflexiones

Seguramente, quienes defienden la postura neoliberal sostendrán que el programa argentino de los ’90 careció de la coherencia suficiente para asegurar el éxito que la teoría predice. El hecho es que la Argentina fue emblemática en la aplicación de estas políticas; así fue reconocida internacionalmente, y así reaccionaron los”inversores”. Si el decálogo neoliberal no le fue propicio a la Argentina, es porque este decálogo es falaz; bajo una apariencia de sentido común y simpleza, formula recomendaciones que ningún país exitoso en el mundo ha seguido. Los elevados niveles de desarrollo se han alcanzado por un esfuerzo consciente, coordinado desde el nivel estatal, más allá de los matices importantes que puedan surgir del contraste de experiencias.

Las conclusiones que arroja la experiencia argentina no son automáticamente trasladables a cualquier país o contexto. Por más que el lector encuentre aspectos familiares con su experiencia particular, una multitud de aspectos y matices diferencian el caso de una economía periférica, de un nivel medio de desarrollo, con economías situadas en el núcleo del capitalismo, con extensas trayectorias cimentadas en el desarrollo tecnológico y la consolidación institucional.

De hecho, el default argentino fue posible porque se trata precisamente de una economía pequeña y periférica; para algunos, incluso, fue la oportunidad para dar una lección disciplinadora. Esta misma salida parece inviable en economías de la Unión Europea; aunque los indicadores de solvencia en algunos casos puedan ser peores a los de la Argentina pre-default, el proyecto de unión monetaria parece prevalecer por sobre otras consideraciones. Un abandono de la zona euro, aun por parte de las naciones de menor talla, comprometería el futuro económico y político de la Unión.

Pero estas diferencias no deben hacernos olvidar que cualquier intento de abandonar la suerte de una economía a las fuerzas no controladas del mercado es inconducente. La propia historia reciente de las economías centrales así lo muestra; prevaleció allí la noción de que el mercado financiero es solamente un mercado más, que debe ser librado a sus fuerzas como cualquier otro mercado, lo que constituye una falacia evidente. Solo la ceguera ideológica – o los intereses concretos – pueden ocultar el hecho de que, tras la engañosa idea de la “innovación financiera”, se cebó un mecanismo que condujo a la anaquización del sistema.

En este aspecto, no hay duda de que la disciplina económica tiene una deuda pendiente con la sociedad. La prevalencia del pensamiento único ha obturado progresivamente la diversidad; aún contribuciones de algunos premios Nobel que se han separado en cierto grado de la corriente principal encuentran relativo eco.

Es por esta razón que la “Lettera degli Economisti” constituye un saludable aporte, una bocanada de aire fresco a un ambiente viciado por la falta de renovación intelectual. Es sólo a partir de una reflexión libre de prejuicios que cada país – en coordinación con aquéllos con los que sus vínculos son más estrechos – podrá encontrar la salida al crítico presente.

Addendum: El Plan Fénix

La Argentina ha vivido esta cerrazón intelectual durante largos años, por la vigencia del régimen de Convertibilidad, que implicó el bloqueo de cualquier formulación alternativa. Salir de esta situación – con todo el trauma que ello significó – permitió pensar con libertad en otras opciones; ésta es la oportunidad que la Argentina debe explotar ahora.

El Plan Fénix es un proyecto estratégico de la Universidad de Buenos Aires, que a fines del año 2000 comenzó sus actividades, precisamente a la búsqueda de una salida para la trampa en la que estaban encerradas la economía y la sociedad argentina. La necesidad de esta salida fue evidenciada por la repercusión que adquirió esta iniciativa, aun antes de la quiebra del régimen de Convertibilidad. Desde entonces, el Plan Fénix ha mantenido una activa presencia en los debates de la Argentina, además de intercambiar experiencias principalmente con otros países sudamericanos.

*Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador Académico del Plan Fénix.

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